Supuestamente los kamikazes eran voluntarios y creían que todo estaba unido al emperador, por el que estaban dispuestos a dar la vida y por lo que consideraban que era una muerte útil.
Pero en realidad los kamikazes no eran del todo voluntarios, se habían alistado al ejercito japonés y eran forzados por autoridades mayores a dejarse la vida por el sentimiento nacionalista que había en Japón y si no obedecían eran mandados a la guerra, donde les esperaba una muerte asegurada también. Tenían miedo a la muerte, y querían seguir viviendo obviamente, tal como cuenta Kasuga Takeo, uno de los pilotos en una carta que escribió antes de morir:
En el salón donde se llevaban a cabo las fiestas de despedida, los
jóvenes oficiales estudiantes tomaron sake frío la noche antes de sus
vuelos. Algunos lo tomaron en un trago; otros continuaban tomando
[grandes cantidades]. Todo el lugar se convirtió en un caos. Algunos
rompieron los focos con sus espadas. Algunos tomaron sillas para romper
las ventanas y rasgaron los manteles. Una mezcla de canciones militares y
conjuras llenaba el aire. Mientras algunos gritaban de rabia, otros
lloraban en voz alta. Era la última noche de sus vidas. Ellos pensaron
sobre sus padres, sus rostros e imágenes, las caras de sus amantes y sus
sonrisas, de sus últimas despedidas a sus prometidas -todo pasó por sus
mentes rápidamente. Aunque supuestamente estaban listos para sacrificar
su bella juventud a la mañana siguiente por el Imperio de Japón y por
el Emperador, estaban destrozados más allá de lo que las palabras pueden
expresar -algunos poniendo sus cabezas sobre la mesa, otros escribiendo
sus deseos, otros en posición de meditación, algunos dejando el salón y
otros bailando eufóricos rompiendo jarrones de flores. Pero esta escena
de absoluta desesperación no se reportó.
Rosa Robles 1ºB.
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